I. Mi primer viaje a Marrakech no podía ser más extraño. Después de tres meses varado en Rabat, en tan solo cinco dís he recorrido cientos de kilómetros rumbo al Sur. La excursión a Marrakech empezó a perfilarse la semana anterior. Llega un correo: Revólver presenta en esa antigua ciudad imperial su último disco, “Argán”. Vas a cubrirlo. Genial.
II. Salimos Zaca y yo de Rabat cuando pasan pocos minutos de las 8:30. Zaca es el fotógrafo de Efe en Rabat. Hemos quedado a pocos metros de la ofi, adonde he ido a buscar el portátil, la grabadora y la camarita de video. Entre tanto maletín, me olvido de la bolsa con el trípode, de lo que me daré cuenta al llegar a nuestro destino, el Sofitel de Marrakech.
III. Hasta allí, tres horas y media o cuatro de viaje, de charla con Zacarías, y algo de tiempo para improvisar las preguntas de la entrevistas. Pienso en el lead. Aparto de mi mente la tentación de escribir “Revólver dispara de nuevo” u otras cosas por el estilo. Parece que el enfoque está claro no, clarísimo. Rock y música árabe.
IV. La entrevista va bien. Revólver es majo. Me cae bien. Tiene un punto de ingenuidad que hace que lo que dice suene más sincero. Luego, sesión de fotos en Djema El Fnaa. Apenas tengo tiempo de beber un zumo de naranja y de reírme: nunca creí que mi primer contacto con la mítica plaza de Marrakech fuera a ser entrando en ella con Revólver.
V. Me habría gustado poder escuchar el disco antes de redactar las preguntas y antes de escribir la nota, pero el tiempo no perdona y en poco tiempo tiene que estar enviada. A toda prisa redacto lo que me parece más importante y lo que creo más llamativo. Copio estructuras de otras entrevistas. Edición y listos: el texto final es resultón. Aunque me da la sensación de que con algo más de tiempo hubiera sido mucho mejor.
VI.Ya de vuelta en el coche, escuchamos el disco. No he metido la pata en ningún lugar, alhamdulillah. Tres horas y media más en el coche y sobre las diez de la noche llegamos a Rabat, a casa.
VII. De lo poco que he visto, Marrakech me parece distinta de Rabat o Casablanca. Sin duda lo es. No solo por el color rosáceo (en francés lo llaman ‘ocre’) de todos y cada uno de sus edificios: Marrakech es una ciudad que sabe a tierra adentro. La luz del atardecer hace del paisaje semidesértico de la autovía que va hacia Casablanca y Rabat algo espectacular.
VIII. Al día siguiente, toca enviar el vídeo. Suerte de Zaca y su monopié, sino no sé cómo hubiera salido. El videoclip es de la “Warner”, la imagen de Zaca y la mano que aguanta el micro, la mía.
IX. Dos días más tarde, el viernes, salimos dos coches en dirección a Sidi Kauki, a pocos kilómetros de Esauira. Llegamos a las dos de la madrugada. Nos esperan parte del grupo, que se ha desplazado hasta allí en avión y un par de árboles y hamacas. Barbacoas, playa, cervezas y risas para despedir a una amiga. El hotelito se llama “Villa Soleil” y Lorenzo acude puntual a su cita. Me da tiempo a conducir el sábado por la noche del hotelito a Esauira, y de comprobar que aún sé qué pedal es el embrague y cuál el acelerador. Un puñado de anécdotas de vuelta al trabajo. Muy buen fin de semana.